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Desarrollar la noticia aqui.El Ingeniero Agrónomo, especialista del INTA, llevó a cabo los primeros ensayos que dieron origen al sistema que actualmente utilizan la mayoría de los productores argentinos y que rompió el paradigma ancestral del uso del arado.     

Por Carlos Becco para TN.com.ar

Cuando finalmente encontré el campo que buscaba fui bienvenido por Mario Gilardoni, un gringazo de pura cepa, que de inmediato y sin preámbulo alguno me llevó a mostrarme la soja en cuestión, mientras no paraba de hablar maravillas de aquel técnico mientras lo citaba religiosamente con respeto profundo, casi con devoción. Hablaba de Rogelio Fogante.

Llegar a conocerlo me llevó un par de semanas. En un tiempo sin celulares no era tarea sencilla coordinar encuentros entre desconocidos. Cuando finalmente lo logré, supe inmediatamente que había tenido el privilegio de conocer a un verdadero visionario. Imaginen mi admiración cuando descubrí que Rogelio había tenido la oportunidad de trabajar junto a mi ídolo Norman Borlaug, artífice de la Revolución Verde y Premio Nobel de la Paz en 1970. Sinceramente no podía dar crédito a mis ojos…

El nacimiento de la Siembra Directa

Las visitas se fueron haciendo cada vez más frecuentes; con el tiempo la calidad de mis preguntas mejoraba, y crecía mi convencimiento sobre el revolucionario potencial de esta innovación que impulsaba Rogelio y que tozudamente se esforzaba en identificar como Siembra Directa (para diferenciarse de los pioneros de Estados Unidos que recorrían un camino similar y preferían identificar esta tecnología como “No Till”, lo que se traduciría como “Labranza Cero”).

A puro “boca a boca” el ejemplo y el testimonio de Rogelio se fue expandiendo rápidamente, logrando que muchos técnicos y productores comenzaran a emularlo. Haciendo gala del proverbial espíritu colaborativo de los productores argentinos se fue extendiendo una vibrante comunidad de apasionados por esta innovación.

Hasta que finalmente, apenas tres años después de aquél encuentro, en el emblemático Hotel Fenicia de Pergamino se concretó lo que sería el acta fundacional de la Asociación de Productores de Siembra Directa (Aapresid), precisamente como le gustaba llamarla a él.

Fue el nacimiento de una entidad que -literalmente- transformó la manera de hacer agricultura en la Argentina. Rogelio junto a tantos otros pioneros lo hicieron posible. A partir de allí, la historia es bien conocida y aquél grupo de seguidores se convirtió en multitud y la Siembra Directa se expandió por todo el mundo.

Años de aprendizaje

Pero este relato no termina aquí. Unos años más tarde después de aquél encuentro en Pergamino, en el año 2005, Marcos Rodrigué, un empresario inquieto, humanista, comprometido y visionario me convocó a ser parte de un proyecto peculiar.

Marcos se había asociado nada menos que con Rogelio para construir juntos una empresa de gerenciamiento agropecuario completamente anticipada a sus tiempo. Cuando escuché su propuesta e invitación, honestamente no podía dar crédito a mis oídos. Iba a hacer realidad el sueño del pibe: poder trabajar junto a una verdadera leyenda del agro argentino.

Fueron tres años realmente inolvidables de enorme aprendizaje: cada uno de los almuerzos compartidos en La Redención en Inriville, Córdoba, han quedado grabados en mi memoria para siempre.

Dueño de una energía inagotable y apasionado como pocos por la innovación, siempre me llamó la atención su humildad y su capacidad de escuchar a todos. Observador incansable y entusiasta de las discusiones, disfrutaba particularmente de los intercambios de ideas.

Hoy a la distancia me siento un privilegiado, y estoy profundamente agradecido con Marcos por ser artífice de aquella oportunidad que me permitió tanto aprendizaje. Recuerdo aquellos años con mucho cariño, pero -a pesar de la cotidianeidad y el trato diario y frecuente- hay algo nunca pude dejar de hacer: mirar a Rogelio con la misma fascinación y admiración como cuando lo conocí en 1987.

El autor es consultor en agronegocios y tecnologías innovadoras.

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